EL NOMBRE DE LA ROSA por Erick Polhammer Boccardo.

EL NOMBRE DE LA ROSA
[el velo velado]

Siete velos cubren la realidad.
La novela velada en un velador, velada por una gruesa capa de polvo, estaba abajo de La Montaña Mágica de Thomas Mann, El Aburrimiento de Alberto Moravia y El Juego de Abalorios de Herman Hesse.

La novela fue un boom literario. Humberto Eco publicó, años después, Apostillas A El Nombre de la Rosa, donde aclara algunas cosas : “Desde que escribí El Nombre de la Rosa recibo muchas cartas de lectores que preguntan cuál es el significado del hexámetro final, y por qué el título inspirado en él. Contesto que se trata verso extraído del De contemptu mundi de Bernardo Morliacense, un benedictino del siglo XII que compuso variaciones sobre el tema del ubi sunt (del que derivaría el mais oú sont les nieges d’antan de Villon), salvo que al topos habitual (los grandes de antaño, las ciudades, las bellas princesas, todo lo traga la nada) Bernardo añade la idea de que todo eso que desaparece sólo nos quedan meros nombres.”
Es verdad : desde la primera rosa que flameó al viento en el hipotético jardín del edén hasta la última rosa que algún enamorado ingenuo obsequió a su novia y se marchitó enseguida, sólo queda el nombre. El novio no vio lo obvio. El novio, rosa en mano, entró al jardín de la amada sin haber leído a Federico Nietszche, y esa frase, rasgadora del velo ilusorio, tan citada : “No estás enamorado del otro sino de tu propio deseo.” Son pocos los que se casan realmente por amor.
Acota Eco : “Mi novela tenía otro título provisional : La Abadía del Crimen. Lo descarté porque fija la atención del lector exclusivamente en la intriga policíaca, y podía engañar al infortunado comprador ávido de historias de acción, induciéndolo a arrojarse sobre un libro que lo hubiera decepcionado”.
El velo de la Ilusión es ya un tópico : atraviesa la Historia de la Literatura filosófica desde Platón hasta nuestros días culminando en el milagro de Jorge Luis Borges. Antes de ver la Película [el Nombre de la Rosa] [actúa Valentina Vargas] yo tenía la ilusión infantil de que la vida, al interior de los monasterios mediovales, era una vida santa, pacífica y bondadosa. Entre mis muchos sueños eróticos se filtraba uno religioso : ser un monje religioso de monasterio. Terminé siendo un escritor más libre que el viento gracias a Dios. Y en mi único sueño religioso se filtraba el ardoroso sueño erótico de huír a la selva Amazonas en un automóvil descapotable con Valentina Vargas desnuda.

Todos mis sueños eróticos se han cumplido, incluso los ‘sueños no soñados’. Eso no implica que no hayan sido sueños : de todos los amores compartidos no quedó nada, aparte de sus nombres : lejanos perfumes de una flor deshojada.
Sugerir es el verbo del Arte de la Palabra, dijo Vicente Huidobro

El lector es crítico. Le pesa el exceso de texto light. La denotación lo abruma. [no es broma la bruma] El lector de novelas, de aquellas que rasgan velos, en vez de suscitar suspiros e ilusiones, y nos liberan de la umbría y fría Caverna Platónica, a diferencia de las 8oo mil Sombras de Gray ¿o son más sombras aún? , o novelitas triviales de fin de semana en Llolleo como Palomita Blanca, es un lector exigente.

El crítico literario Ignacio Valente despedazó un libro bajo este título: EL PELIGRO DE LO OBVIO.
Ni en la novela ni en la película hay una sola frase obvia. Tanto el tejido de la trama como el suspenso del drama policial opera a menudo con el recurso técnico de la expectativa frustrada.
Soy un eco de Eco resonando en el hueco del acantilado : propago sus ondas literarias ; ellas nos libran de las malas ondas y nos suben en andas, otra vez, al ámbito de lo inagotable posible.
Escribe el maestro desde la rosa invisible : “En La filosofía de la composición, Poe cuenta cómo escribió el Cuervo. No nos dice cómo debemos leerlo, sino qué problemas tuvo que resolver para producir un efecto poético. Por mi parte, llamaría efecto poético a la capacidad que tiene el texto de generar lecturas siempre distintas, sin agotarse jamás del todo”.
La calidad de la escritura, el ritmo de las frases, el manejo de la pausa, el núcleo de la intriga policial, la brillantez memorable de los diálogos, la claridad de la exposición en la oscuridad del monasterio, por connotación y sugerencia, recuerdan, tanto al que practica el arte de escribir [o cualquier otro arte], o el arte de leer, que los griegos presocráticos ya sabían el secreto del pathos y la tekné, [pasión y técnica] rasgando así, otro velo de otra ilusión : que basta la inspiración para ser obras de arte.
Erick Polhammer Boccardo.

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